Los incendios forestales
producen un fuerte impacto en los entornos fluviales y los acuíferos. Los
arrastres producidos tras las primeras lluvias que se suceden a un incendio
condenan a los ríos a una pérdida de oxígeno que acaba con la vida de los
organismos que viven en el.
El "chapapote" provocado por arrastres debidos al incendio que tuvo lugar en La Cabrera durante el verano de 2017 |
Las cenizas,
cargadas de elementos tóxicos, como el mercurio, se acumulan en las aguas provocando
daños en los seres vivos que las habitan. Este proceso de bioacumulación afecta
a la cadena trófica, aumentando los niveles de contaminación desde los eslabones
más bajos de la misma hasta los más altos, donde la concentración es mucho
mayor debido a sus elevados requerimientos energéticos.
Fondos del Eria ennegrecidos por las cenizas 10 meses después del incendio de La Cabrera |
La compactación del
terreno tras un incendio forestal reduce la infiltración y aumenta la
escorrentía superficial de los montes calcinados, arrastrando al río todo tipo
de substancias contaminantes. Las cenizas reducen la cantidad de luz que
penetra en las aguas, disminuyendo así la capacidad fotosintética de algas y
limos, eslabón principal de la cadena trófica, y activos productores de
oxígeno. De esta manera se limita la capacidad de oxigenación de las aguas y el
alimento. El agua turbia por las cenizas y los compuestos químicos se convierte en
un tóxico que termina afectando a toda forma de vida en el río.
La reducción de vida en sus aguas entristece el cauce del Eria |
Además, las aguas
contaminadas también se infiltran en el acuífero, provocando en éste daños
irreversibles.
En el vídeo realizado por Mari Castaño Santamaría se puden observar las consecuencias del último incendio que tuvo lugar en la zona de La Cabrera en el verano de 2017 que, con casi 10.000 ha calcinadas, es ya uno de los mayores desastres ecológicos que se recuerdan en nuestra región, junto con el de Castrocontrigo de 2012.
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